"Liberalismo y cuestión social. Sociedad Farmacéutica de Socorros Mutuos", presentación en el Ateneo de Madrid
EL BINOMIO FARMACIA Y SOLIDARIDAD. ATENEO DE MADRID. SECCIÓN DE FARMACIA. 24 DE FEBRERO DE 2021. Sala Nueva Estafeta.
"Liberalismo y cuestión social. Sociedad Farmacéutica de Socorros Mutuos"
Intervención de Pablo Martínez Segura, periodista especializado en salud y sanidad. Historiador. Doctorando en Historia de la Farmacia en la Universidad Complutense de Madrid.
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Concepto de solidaridad
Solidaridad, según en Diccionario de la Real Academia Española (RAE) es “adhesión circunstancial a la causa o la empresa de otros”. El Diccionario panhispánico de dudas, también de la RAE, nos señala que “esta voz se creo en el siglo XIX por adaptación del francés solidarité”. El filósofo Gustavo Bueno (1924-2016) 1, indica que el término solidaridad en el vocabulario ético, moral o político fue acuñado por Pierre Lereoux (1797-1871), periodista francés que podemos calificar como uno de los precursores del socialismo utópico, en el sentido de trasladar al marco político el concepto cristiano de caridad. Bueno, concluye que la idea de solidaridad forma parte del “sintagma enumerativo -cooperación, solidaridad y fraternidad-“ y, desde su punto de vista, responde a una utilización funcional de algunos aspectos positivos del comportamiento humano que quieren aparecer al margen de etiquetas religiosas o políticas.
Vamos a hablar de solidaridad farmacéutica, en su origen, en España, que aparece dentro de un movimiento transversal que afecta a grupos sociales con condiciones semejantes de trabajo y de vida. Clases profesionales que en el Antiguo Régimen estaban amparadas por el paraguas protector de los gremios o cofradías y, cuya desaparición, con la llegada del Estado liberal, supuso una situación de total desamparo para los más vulnerables: trabajadores inválidos, viudas y huérfanos. Ello obligó a buscar una alternativa voluntaria y privada: las sociedades de socorros mutuos, que pensamos son la primera expresión de la solidaridad profesional. Maza Zorrilla 2 hace referencia a que desde tiempos lejanos existe una cultura arcana de la solidaridad: “concebida siempre de forma voluntaria, y entre iguales, en un plano horizontal, frente a la verticalidad de los conflictos que surcan la historia”, o la que se aplicaba en los gremios, añadiríamos nosotros.
Gremios
A finales de la Edad Media, según las ciudades ganaban pujanza, los profesionales del mismo oficio que trabajaban en ellas se organizaron en gremios, con un componente más marcadamente civil, o en cofradías acogidas a una tutela eclesiástica, pero en ambos casos con el objetivo de defender la competencia de sus miembros, evitar el intrusismo y, asimismo, socorrer a sus miembros en caso de enfermedad, accidente o fallecimiento. A lo largo del siglo XVIII los gremios entraron en decadencia: ponían trabas al aprendizaje y al examen, el nepotismo era total para mantener un número cerrado de maestros y evitar la competencia, los oficios estaban atomizados, superespecializados, lo que provocaba su anquilosamiento y eran reacios a cualquier innovación técnica, obstaculizando el despegue de la incipiente industria. Iniciado el siglo XIX, la caída del Antiguo Régimen y la llegada del liberalismo económico trajo consigo la desaparición de los gremios, un proceso complejo según detalla Eduardo Montagut 3: suprimidos por Decreto de Cádiz de 8 de junio de 1813, anulado después a la vuelta de Fernando VII, durante el Trienio Liberal se intentará de nuevo, pero la abolición definitiva llegaría durante la regencia de María Cristina de Borbón que, para hacer frente a los Carlistas que se oponían a los derechos al trono de su hija la futura Isabel II, tiene que hacer concesiones a los liberales. Así llegan los Decretos de 20 de enero de 1834 y de 6 de diciembre de 1836 que establecen la libertad de industria y comercio en España; es decir, el fin de los gremios y, consiguientemente, de la cobertura social que prestaban.
El caso de los farmacéuticos
Explica el Profesor Javier Puerto 4 que “mientras que la Medicina goza de formación universitaria desde el momento mismo de la aparición de las universidades, la Farmacia ha de ver pasar muchos siglos hasta su inclusión en la mismas. Desde el siglo XIII al XVIII, los farmacéuticos se forman como los aprendices de los demás gremios”.
Mientras que en los Reinos de la Corona de Aragón prevaleció una estructura gremial farmacéutica ligada a la autoridad del municipio, en Castilla estaban vinculados a la Corona a través del Protomedicato, y compatibilizaron esa cobertura con la de la Iglesia organizándose en cofradías, cuyo esquema de funcionamiento -como ya hemos mencionado- era muy similar al de los gremios. En el siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión, el afán de los reyes borbones va a ser centralizador, tratando de que el Protomedicato, controlado por los médicos, sea eje de actuación. Es en esa línea, nos detalla Parrilla Valero 5, es en la que la Real Célula de 1780, ratificada en 1783, cuando se establece lo que podemos considerar el paso de boticario a farmacéutico al constituirse las Juntas Gubernativas Superiores de Medicina, Cirugía y Farmacia. No es este el espacio para detallar las vicisitudes de suspensión, rehabilitación y suspensión definitiva del Protomedicato, la creación de los reales colegios y finalmente de las facultades, en relación con el paso de la profesión farmacéutica del modelo absolutista al modelo liberal. Sugerimos a los interesados el artículo del Profesor Puerto “Ciencia y farmacia en la España decimonónica” publicado en la revista Ayer 6, no obstante, es oportuno hacer referencia a que, el aumento del número de farmacéuticos y la creciente competencia con otras profesiones en el nuevo Estado liberal, provocó serias dificultades de subsistencia para los profesionales y sus familias.
En este sentido, el artículo recién mencionado del Profesor Puerto 6, concreta que incluso con anterioridad a la llegada del Estado liberal, los gobiernos borbónicos, al contrario de lo que venían haciendo gremios y cofradías, no toleraron la limitación de boticas y aceptaron la libertad de instalación de todos los titulados. Durante el Trienio Liberal se derogó la necesidad de tener 25 años para examinarse y a partir de 1833 se suprimió el requisito de limpieza de sangre. La situación se traduce en un aumento del número de farmacia abiertas. María del Carmen Contreras 7, recogiendo datos de El Restaurador Farmacéutico, contabiliza que “al final del siglo XVIII el número de boticas era de 2.300, en 1855 aumentó hasta 3.300, cifra elevada teniendo en cuenta que la población española era de unos 17 millones de habitantes y por tanto había una botica por cada 5.000 habitantes mientras que en otros países europeos, como por ejemplo Noruega, el número de boticas abiertas al público era de una por cada 10.000 habitantes”.
El Censo de 1860 8 nos ofrece una cifra algo superior: 3.977 boticarios, el 0,3% de los ocupados del sector servicios, mientras que los médicos y cirujanos: 13.915 representaban el 1% y los veterinarios y albéitares: 8.121 eran el 0,6% de dicho sector. La población total de España la cifra este censo en 15,6 millones de habitantes, lo que representaba un boticario por cada 3.973 habitantes.
La competencia de los drogueros fue asimismo una constante que mermó los beneficios de las oficinas de farmacia. Martínez Uceda 9, lo precisa con detalle: “los drogueros si supieron adaptarse al progreso científico y aprovechar el hueco dejado por los farmacéuticos en el comercio al por mayor de los simples (…) favorecidos además por las políticas liberalizadoras de los gobiernos en cuanto a la importación de productos farmacéuticos extranjeros”.
Sociedades de socorros mutuos
La Real Orden de 28 de febrero de 1839 autorizó la constitución de asociaciones con la modalidad exclusiva de socorros mutuos y bajo la inspección de las autoridades. Tras la caída del Antiguo Régimen, existían antecedentes de este tipo de organizaciones mutualistas en Reino Unido, Francia y otros países europeos. Son una consecuencia de la abolición de los gremios, se trataba de un mecanismo de libre asociación de aquellos trabajadores que “quisieran auxiliarse mutuamente en sus desgracias”, aunque mantenía cerrada la posibilidad de asociaciones de tipo sindical 10. Ese temor a que se pudiera crear un asociacionismo reivindicativo apunta, Margarita Vilar-Rodríguez 11, motivó la siguiente Circular de 1º de mayo de 1841 que de manera taxativa “limitó la actuación de las sociedades obreras a funciones puramente asistenciales y de protección mutua, sin violencia de ninguna especie”.
Entre los profesionales liberales (abogados, escribanos y notarios, médicos y cirujanos, boticarios, veterinarios y albéitares, arquitectos …) denominados así en función de que podían ejercer libremente, había grandes diferencias en cuanto a su situación económica: boyante para una escasa minoría, aceptable para otros y realmente precaria para los que ejercían en zonas deprimidas, tanto urbanas como rurales. La situación de desamparo social de estos últimos era muy similar a la de la clase obrera.
Los farmacéuticos, imitando lo que ya habían hecho los médicos, crearon en 1844 una Sociedad Farmacéutica de Socorros mutuos para cubrir las contingencias de viudedad y orfandad en caso de fallecimiento del farmacéutico. Una situación de necesidad explica Parrilla Valero 12, que no debió variar en cincuenta años ya que, según detalla: ”el Real Decreto de 28 de enero de 1895, concediendo derechos pasivos a los médicos, farmacéuticos y facultativos de segunda clase que sean titulares” ... -señala textualmente en ese texto oficial- “háyanse por regla general retribuidos por tan exiguas dotaciones, que su mezquina cuantía hace totalmente imposible el menor ahorro. Por esto urge que el Estado acuda con su protectora iniciativa a mejorar tan precaria situación a fin de que si no le es posible recompensar en su justa medida tan grandes y notorios servicios, obtengan estos servidores el consuelo de que en su vejez no han de carecer de lo necesario, ni cuando ellos fallezcan sus viudas e hijos han de quedar, como muchas veces acontece, en el abandono y la miseria”.
No hay datos precisos sobre cuantas sociedades de socorros mutuos llegaron constituirse en España, Martínez Quintero 13, recoge el dato facilitado en el VIII Congreso de Expansión Comercial celebrado en Barcelona en 1914, en el que “Ramón Asensio Bourgon indicó que en 1904 subsistian unas 2.000 asociaciones con 450.000 asociados de origen muy antiguo, e incluía ahí montepíos, sociedades cooperativas y de socorros mutuos”.
Sociedad Farmacéutica de Socorros Mutuos
“El proyecto de establecer la sociedad farmacéutica de socorros mutuos, encierra en sí además del pensamiento filantrópico de favorecer a las familias de los profesores de farmacia librándolas del lastimoso estado de indigencia, a que suele conducirlas la orfandad, la elevada idea de regenerar la clase farmacéutica estableciendo una unión sincera y compacta capaz de resistir y rechazar los continuos ataques que directa o indirectamente se la dirigen”, con estas palabras, bajo el titular “Sociedad Farmacéutica de Socorros Mutuos”, en su página 3 y siguientes, se estrenaba el 1º de noviembre de 1844 El Restaurador Farmacéutico. Periódico quincenal 14, exclusivo para la clase farmacéutica, fundado por el doctor en Farmacia, literato, periodista y político liberal progresista Pedro Calvo Asensio.
Como podemos apreciar, enuncia una orientación filantrópica de la nueva sociedad, pero, inmediatamente, amplia ese objetivo y habla de regeneración o renovación de la clase farmacéutica y de unión entre los profesionales para resistir los ataques.
Siguiendo con la información que nos ofrece este primer número de El Restaurador, podemos rescatar una serie de datos de gran interés, como son que la primera junta de dicha sociedad se había celebrado el 20 de octubre de 1844 en la Sede del Colegio de Farmacéuticos de Madrid, o la aprobación de sus estatutos, cuyo artículo primero decía:
“El objeto de esta sociedad es socorrer a los farmacéuticos que se imposibiliten e inutilicen por cualquier causa para el ejercicio de su facultad, a sus viudas, huérfanos y padres, en la forma que se dirá”.
Asimismo, se detalla la composición de su Junta Directiva, de la que forman parte tanto miembros del Colegio de Farmacéuticos de Madrid como ajenos a él, la aceptación del ofrecimiento del periódico El Restaurador Farmacéutico para ser “órgano oficial” de la sociedad, y la organización de las juntas directivas de provincia al tratarse de una entidad de carácter nacional.
También en ese mismo número de El Restaurador, y no lo consideramos una casualidad, a continuación de la información sobre la Sociedad de Socorros Mutuos, en las páginas 5 y 6, bajo el título “Abusos” se hace una enumeración detallada de algunos de los perjuicios que sufre la Farmacia, que se -indica- producen con total impunidad y sin que la autoridad aplique la legislación vigente. Así, se va dando cuenta de: “anuncios en los periódicos que ponen a la venta preparados por sujetos ajenos a la facultad y que denominan medicamentos, … establecimientos ilícitos regentados por titulados en Farmacia que no se sujetan a las tarifas oficiales y ofrecen descuentos escandalosos, … partidos que cuentan con siete farmacias abiertas y sólo dos profesores autorizados, … boticas digidas por beatas que no saben leer y elaboran medicamentos, … envenenamientos producidos por la venta al por menor de algunos productos por parte de droguerías, etc.
El impulsor de la Sociedad Farmacéutica de Socorros Mutuos, según recogen Quintín Chiarlone y Carlos Mallaina en su Historia de la Farmacia 15, fue el Doctor Julián José García Badajoz y Lozano, director del Colegio de Farmacéuticos de Madrid que fue, a su vez, el primer presidente de la sociedad de socorros mutuos.
En su amplio estudio Asociaciones y corporaciones sanitarias en España durante la segunda mitad del siglo XIX, María del Poder Arroyo Medina 16, apunta que el hecho de que la sociedad de socorros se constituya a la sombra de Colegio de Farmacéuticos de Madrid responde a la intención de “incluir a todos los farmacéuticos del reino unidos a través de intereses comunes”. El Colegio de Farmacéuticos de Madrid, precedente de la actual Real Academia Nacional de Farmacia, era fundamentalmente una sociedad científica y, en consecuencia, de acceso restringido a profesores con mérito investigador o docente. No obstante, a lo largo de su historia se había ocupado en numerosas ocasiones de temas estrictamente profesionales según nos recuerda Javier Puerto en su Historia de la Real Academia Nacional de Farmacia17: “no se fundó hasta no disponer del privilegio de la Triaca, por lo cual desde su inicios se dedicó a la fabricación de medicamentos de difícil o problemática preparación, y hubo de disponer de laboratorio y almacén…, en 1742 pleiteó con los drogueros por sus ventas de medicamentos al por menor..., en 1745 lo hizo con las corporaciones religiosas madrileñas por el incumplimiento de las disposiciones de dispensación…, en 1760 pidió al Protomedicato reprimiese los abusos de los herbolarios en la venta de purgantes y sustancias abortivas…, en 1771 defendió los foros profesionales contra el pago de la alcabala…, en 1795 se opuso a la dispensación pública de medicamentos por parte de la Real Botica…”. En pocas palabras, el resquicio legal que permitía la constitución de una sociedad de socorros, a la que podían acceder todos los farmacéuticos, permitía por una parte atender el objeto filantrópico y solidario previsto en los Estatutos, que fueron ligeramente modificados en 1850 18, y que detallaban los requisitos que se debían cumplir y las cantidades a aportar para garantizar la viabilidad de las pensiones, pero, fundamentalmente, constituiría un vínculo entre profesionales para defender sus intereses, que se expresaría a través de las publicaciones que eran sus órganos oficiales. De hecho, fue la Asociación de la Prensa Médico-Farmacéutica de 1875, el auténtico germen de los colegios profesionales de médicos y farmacéuticos constituidos a finales del siglo XIX, tal y como detalla el historiador de la Medicina Agustín Albarracín 19.
Pedro Calvo Asensio y El Restaurador Farmacéutico
Pedro Calvo Asensio (1821-1863), en su corta vida desarrolló una actividad sobresaliente en el periodismo y en la política, que fue reconocida en su época. Su biografía más detallada es la que le dedicó el Profesor de Farmacia Manuel Pardo y Bartolini, que dijo de él que “tenía una inteligencia privilegiada y una actividad nada común”, en el Elogio histórico 20 que le dedicó el 22 de agosto de 1869, en el acto solemne del 132 aniversario de la instalación del Colegio de Farmacéuticos de Madrid en su sede de la calle Santa Clara, número 2. Un resumen sobre la figura de Calvo Asensio de muchísima menor densidad, es el que con toda modestia publicó quién les habla en el Blog del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Madrid 21: “Pedro Calvo Asensio estudió Filosofía y Humanidades en la Universidad de Valladolid y Derecho y Farmacia, en Madrid, doctorándose en Farmacia en 1846, fue un político prolífico diputado en dos ocasiones por el Partido Progresista de Práxedes Mateo Sagasta, destacó como fundador y director de los periódicos El Cinife y La Iberia, y en el ámbito de la Farmacia por haber fundado El Restaurador Farmacéutico en 1844. Una publicación que se mantuvo activa hasta julio de 1936. El Restaurador nació -como ya se ha comentado-, como periódico oficial de la Sociedad Farmacéutica de Socorros Mutuos. Siendo presidente del Colegio de Farmacéuticos de Madrid Juan Bautista Azúa, en la Asamblea General del 31 de marzo de 1855, se aprobó que El Restaurador Farmacéutico fuese también órgano oficial del Colegio. Después de la muerte de Calvo Asensio esta revista pasaría a acumular en sus subtítulos, además, los de órgano del Colegio de Farmacéuticos de Valladolid y de la Asociación Filantrópica Farmacéutica. En 1872 pasó a ser el órgano oficial de la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes y, desde 1890 suprimió todos los subtítulos. En El Restaurador Farmacéutico vieron la luz obras científicas de la trascendencia del Tratado completo de Toxicología de Mateo Orfila, traducido del francés por el propio Calvo Asensio y publicado por entregas. También fundó y dirigió desde 1851 La Linterna Médica, periódico satírico de ciencias médicas, que se convirtió en un crítico despiadado de las doctrinas homeopáticas en España. El diputado y farmacéutico Vicente Martín de Argenta le dedicó la introducción a una de sus obras, en 1862, reconociéndolo como uno de los grandes impulsores de la ciencia farmacéutica en España gracias a su periódico farmacéutico.
Pedro Calvo murió prematuramente, a los 42 años, a causa de unas fiebres tifoideas, y totalmente arruinado por las cuantiosas multas que el Gobierno moderado imponía a su diario progresista La Iberia.
Benito Pérez Galdós, en su novela El doctor Centeno, de 1883, describe a Calvo Asensio como un “hombre valiente con voluntad de acero” y recuerda que su multitudinario entierro en Madrid fue presidido por Sagasta y el General Prim”.
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REFERENCIAS
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