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"Álvaro Cunqueiro no deja de hacer encantamientos"
Pablo Martínez Segura. PLIEGOS DE REBOTICA (AEFLA). Oct - Dic 2023. Nº 155, (pág. 48).
La tarde del jueves 19 de octubre de 2023 la lluvia se precipitó sobre Madrid como hacia siglos que no lo hacía, un récord desde que hay registros, se dijo. Las calles tornaron en ríos, las plazas en lagunas y los túneles del metro recuperaron, como si poseyeran memoria ancestral, en las grandes grutas surcadas por aguas subterráneas que atemorizaron a nuestros antepasados del Paleolítico.
Pocos saben que, posiblemente, la culpa de este fenómeno tan inusual en el secarral en que se ha convertido en centro de España, la tuvieron un grupo de afanados ateneístas de la Sección de Farmacia capitaneados por Daniel Pacheco y José González Núñez. Habían tenido la ocurrencia de convocar al espíritu de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), escritor, poeta, dramaturgo y periodista, tan grande como indefinible, tan inclasificable como las ‘meigas’ de la cultura popular su Galicia natal que, ya saben, contra toda evidencia ‘habelas, hailas’ y, que no hay que ignorar, como no lo hacía Cunqueiro, que vienen de más antiguo, convertidas en náyades que han llegado nadando por todos los mares y son, simplemente, biznietas del Odiseo de Itaca y las sirenas que le tentaron que, en aquella época, no tenían cola de pez, sino patas de ave.
Lo programado por la Sección de Farmacia del Ateneo de Madrid para aquella tarde era una tertulia sobre ‘Álvaro Cunquiero y sus boticas prodigiosas’, segundo error de nuestros aprendices de magos. Para Cunqueiro, invocar la botica de su padre en Mondoñedo, de la que se sabía, con cinco años, los nombres de todos los botámenes cuyo contenido había ayudado a rellenar herborizando por todos los campos de los alrededores, eran palabras mayores ¿quiénes era esos intrusos? ¿cómo se atrevían? Se van a enterar, pensó desde las estrellas. Dicho y hecho, dado que ese mismo día , por culpa de la lluvia se habían suspendido en Mondoñedo las verbenas de su querido San Lucas, mandó hacia los madriles una nutrida ración de lluvias prodigiosas.
Empapados, buscando afanosamente un hueco en el paragüero de la sala para depositar sus artilugios, fueron llegando tertulianos y esperanzados asistentes, dispuestos a participar en ese conciliábulo.
Pacheco, como mañoso maestro de ceremonias, no les permitía sentarse. Antes, había que visitar, un piso más abajo, oh que maravilla, la exposición de obras de Cunqueiro que Pedro López Arriba, bibliotecario de la Docta Casa, había entresacado de los anaqueles.
De vuelta a la sala del coloquio comenzaron las intervenciones de las que, a vuelapluma, sólo reflejamos hilos de las esencias de su aroma profundo.
Cecilio Venegas, nos habló de un precedente poco conocido de las “Boticas Prodigiosas” de Cunqueiro. Explicó que en la Biblioteca Nacional se conserva en manuscrito el “Mamotreto o índice para la memoria y uso” del poeta Juan Vélez de León (1655-1736) que recoge boticas y remedios imaginarios y fantásticos.
José González Núñez , desde su erudito conocimiento de las tertulias de rebotica, recreó una tertulia imaginaria, en la farmacia del padre de Cunqueiro en Mondoñedo. Más que realismo mágico, nos contó, merece resaltarse la “magia de las palabras” con que Cunqueiro enlazaba la Galicia ancestral con la presente.
Miguel Losada, presumió́ del privilegio de haber asistido a una tertulia de Cunqueiro en el Café́ Gijón, de Madrid. Negó́ que la obra de Cunqueiro pueda encuadrarse en el realismo mágico y señaló́ que creó un estilo propio que le sitúa entre los más grandes escritores del siglo XX, sólo equiparable con Borges.
Margarita Arroyo, destacó la sensibilidad de Cunqueiro como poeta. Su obra en prosa se beneficia del lirismo con que utiliza las palabras. Asimismo, señaló que gran parte de las boticas y remedios prodigiosos que recoge en su libro, son soluciones reales explicadas desde la magia ancestral.
La tertulia, como corresponde a la mezcolanza de sus participantes, todos con el denominador común de estar interesados, resultó sumamente amena.
Pasadas las nueve de noche se dio por concluida la ceremonia. Pareció que sonaban unas lejanas campanas, no eran tales. Cunqueiro que no ha perdido vanidad en su lejano escondite, resoplaba satisfecho. Mandó otro hechizo y, cuando salimos del Ateneo, había dejado de llover. Le damos las gracias por toda su obra, y por librarnos de otro chaparrón, también.
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