Miguel
de Cervantes (1547 - 1616) fue un fino analista de la sociedad de su
época. Detengámonos en un detalle. Cuando en la segunda parte de El
Quijote, Sancho Panza está a punto de recibir el gobierno de la
insula Barataria, Don Alonso Quijano le ofrece una serie de consejos
cargados de sentido común que le permitan salvar la desigualdad
social entre señores y villanos. Uno de esos consejos, seguramente
no el más destacado, pero si el que nos viene mejor para este
relato, dice: “no comas ajos y cebollas, para que no saquen el olor
de tu villanía (pobreza)”. Antonio Castillo de Lucas (1898 –
1973), uno de los grandes folcloristas españoles, recopilador de
refranes médicos y farmacéuticos de los siglos XV al XVII,
relaciona ese consejo de Don Quijote con un refrán muy conocido en
la época como expresión de la sabiduría popular: “El ajo es la
triaca del pobre”.
Viene
esto a cuenta de de las diferencias sociales que comportaban la
utilización terapéutica de uno u otro remedio. La triaca era un
polifármaco compuesto de más de setenta ingredientes, entre ellos
opio y carne de víbora, que se utilizó desde el siglo III antes del
Cristo al siglo XVII de nuestra era y que esta recogido en las
principales farmacopeas. Supuestamente curaba casi todo y era,
especialmente, un antídoto contra los venenos. Su complicada
elaboración con productos sólo al alcance los los boticarios
implicaba un alto precio que sólo estaba al alcance de los más
pudientes.
El
ajo, por su parte, es apreciado desde tiempo de Hipócrates. Se
utilizaba como laxante y, con sal y aceite, servia para tratar las
afecciones vesiculosas y pustulosas y tenía utilidad, en un
cocimiento con orégano, para matar las liendres. Durante la Edad
Media su reputación medicinal se amplió por sus virtudes
desinfectantes y era estimado como un remedio contra las pestes. La
ventaja objetiva, que lo ponía al alcance de las clases populares,
era la facilidad de su cultivo y, en consecuencia de acceso al mismo.
Hoy
en día, salvando las distancias, estamos asistiendo a una situación
similar con los medicamentos biológicos. Su efectividad, resolviendo
o cronificando enfermedades hasta ahora mortales, va pareja a su alto
precio derivado del costoso proceso de investigación. No están al
alcance de los pobres y para aquellos que tenemos la fortuna de
disponer de sistemas nacionales de salud que financian en todo o en
parte los tratamientos, suponen un gran sacrificio para el Estado y,
en ocasiones, una opción que deja marginados otros gastos sociales y
sanitarios. La caducidad de las patentes de los medicamentos
biológicos más destacados ha abierto la puerta a los biosimilares,
producidos bajo estrictas exigencias de las agencias de medicamentos,
aunque por su origen biológico y las peculiaridades de producción
no pueden considerarse idénticos al producto innovador, como ocurre
con los genéricos de los fármacos obtenidos por síntesis química.
El menor precio de los biosimilares no los convertirá en el “ajo
terapéutico” del siglo XXI, pero favorecerá notablemente el
acceso a los mismos.
Y...
se puede hacer más. La mayoría de los biológicos y biosimilares
actuales están circunscritos a dispensación hospitalaria por
razones económicas no relacionadas, en la mayoría de los casos, con
su administración. El paso de biológicos y biosimilares a las
farmacias comunitarias, Francia y Portugal ya lo han hecho, facilita
a los pacientes acceder a los mismos en su entorno más próximo,
algo que conlleva importantes ahorros al no tener que desplazarse al
hospital.
Pablo Martínez Segura, 09-10-2016
Publicado en BLOG del COFM el 24-10-2016
http://blog.cofm.es/ajo-triaca-pobre-biosimilares/
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