Coordinación general y redacción: Pablo Martínez Segura (SIC, S.L.)
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A destacar:
- Editorial.
- La OMS elige el abordaje de la depresión como eje del Día Mundial de la Salud de 2017.
- La inflamación es clave en el deterioro vascular asociado a la diabetes.
- Debate sobre gasto o inversión en medicamentos (pág. 11).
- Cofares en Infarma 2017.
- Farmacia comunitaria y medicamentos innovadores.
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Debate
sobre gasto o inversión en medicamentos
Asistimos
cotidianamente a un análisis permanente del mal llamado “gasto
farmacéutico”. Corresponde a una utilización del lenguaje desde
la perspectiva del contable que define “gasto” como un
“desembolso destinado a satisfacer una necesidad”. Con idéntica
mentalidad de contable se reserva el termino “inversión” para un
desembolso con perspectivas de recuperación en el futuro. En una
economía familiar se admite que la cesta de la compra constituye un
gasto en alimentación, mientras que el pago de una prima de un
seguro de estudios universitarios para un hijo, o la cuota de una
cooperativa que construirá la futura vivienda, puede llegar a
considerarse una “inversión”.
Podríamos
llegar a la conclusión que, desde una perspectiva contable, gasto es
un desembolso para satisfacer una necesidad, e inversión, un
desembolso con perspectivas de recibir algo de mayor valor en el
futuro.
En el
ámbito sanitario, lo que inadecuadamente denominamos “gasto
farmacéutico” no puede ser considerado como una factura de
proveedores a pagar, en leguaje contable, y además, señalar que ese
proveedor es el farmacéutico por ser el último eslabón de la
cadena. Lo que erróneamente se denomina “gasto farmacéutico” es
el resultado de un conjunto de decisiones que parten de la demanda de
un paciente para recuperar su salud, se apoya en el criterio de un
facultativo que prescribe una opción farmacoterapéutica orientada
en esa decisión, a la que se accede desde un establecimiento
sanitario de libre elección como es la oficina de farmacia, y que
depende en último término del seguimiento por parte del paciente de
las pautas recomendadas y de que la respuesta de su organismo a esa
opción farmacológica sea la inicialmente esperada por el
facultativo prescriptor.
En
definitiva un conjunto de decisiones, con distintos factores entre
los que destaca la voluntad inicial de inversión en recuperación de
la salud. Y como tal, como inversión en salud, debe ser analizado,
regulado y controlado, sin dejar de tener en cuenta que no todas las
inversiones resultan exitosas y que muchas de ellas fracasan y se
traducen en perdidas.
El
medicamento, como cualquier otra intervención sanitaria o clínica,
es una inversión que puede aportar beneficios considerables a los
pacientes, pero también conlleva riesgos inconvenientes y costes. En
ocasiones, los beneficios que aporta pueden ser escasos o incluso
nulos. Decimos que una intervención es adecuada cuando existe un
grado razonable de certeza de que el balance entre beneficios,
riesgos, inconvenientes y costes es favorable, en una cuantía
suficiente como para que se juzgue que merece la pena aplicarla, y
sin que existan otras intervenciones alternativas cuyo balance sea
aún mejor. La utilización de medicamentos conlleva efectos
relevantes sobre dos ámbitos fundamentales: sobre la salud
evidentemente, y sobre los recursos, dado que tanto el ámbito
familiar como el ámbito público de un sistema nacional de salud hay
unos límites a la inversión que dependen de la propia riqueza
familiar o del país. La utilización inadecuada en los distintos
escalones de esta inversión deriva en distintos tipos de problemas
que tienen su impacto sanitario y económico. La habilidad y
profesionalidad, es decir “el saber hacer”, de los profesionales
sanitarios implicados redundará en mejores resultados de inversión
en salud, sin perder la perspectiva de que la muerte es inevitable y
en consecuencia lo que puede se puede esperar de la inversión en
salud, en ocasiones, sólo será una mejora de la calidad de vida.
Es
evidente que el enfoque contable al que aludíamos al principio es
una visión reduccionista del mundo del medicamento. Sería oportuno
impulsar un cambio de cultura que conceptualmente trate a los
fármacos como “inversiones en salud”, y se favorezcan, en la
medida de lo posible, todos los estudios farmacoeconómicos que
sustenten esta hipótesis.
Pablo
Martínez Segura
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