MUNDO FARMACÉUTICO Nº 312 - MARZO 2017

Coordinación general y redacción: Pablo Martínez Segura (SIC, S.L.)

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A destacar:
  • Editorial.
  • La OMS elige el abordaje de la depresión como eje del Día Mundial de la Salud de 2017.
  • La inflamación es clave en el deterioro vascular asociado a la diabetes.
  • Debate sobre gasto o inversión en medicamentos (pág. 11).
  • Cofares en Infarma 2017.
  • Farmacia comunitaria y medicamentos innovadores.

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Debate sobre gasto o inversión en medicamentos

Asistimos cotidianamente a un análisis permanente del mal llamado “gasto farmacéutico”. Corresponde a una utilización del lenguaje desde la perspectiva del contable que define “gasto” como un “desembolso destinado a satisfacer una necesidad”. Con idéntica mentalidad de contable se reserva el termino “inversión” para un desembolso con perspectivas de recuperación en el futuro. En una economía familiar se admite que la cesta de la compra constituye un gasto en alimentación, mientras que el pago de una prima de un seguro de estudios universitarios para un hijo, o la cuota de una cooperativa que construirá la futura vivienda, puede llegar a considerarse una “inversión”.

Podríamos llegar a la conclusión que, desde una perspectiva contable, gasto es un desembolso para satisfacer una necesidad, e inversión, un desembolso con perspectivas de recibir algo de mayor valor en el futuro.

En el ámbito sanitario, lo que inadecuadamente denominamos “gasto farmacéutico” no puede ser considerado como una factura de proveedores a pagar, en leguaje contable, y además, señalar que ese proveedor es el farmacéutico por ser el último eslabón de la cadena. Lo que erróneamente se denomina “gasto farmacéutico” es el resultado de un conjunto de decisiones que parten de la demanda de un paciente para recuperar su salud, se apoya en el criterio de un facultativo que prescribe una opción farmacoterapéutica orientada en esa decisión, a la que se accede desde un establecimiento sanitario de libre elección como es la oficina de farmacia, y que depende en último término del seguimiento por parte del paciente de las pautas recomendadas y de que la respuesta de su organismo a esa opción farmacológica sea la inicialmente esperada por el facultativo prescriptor.
En definitiva un conjunto de decisiones, con distintos factores entre los que destaca la voluntad inicial de inversión en recuperación de la salud. Y como tal, como inversión en salud, debe ser analizado, regulado y controlado, sin dejar de tener en cuenta que no todas las inversiones resultan exitosas y que muchas de ellas fracasan y se traducen en perdidas.

El medicamento, como cualquier otra intervención sanitaria o clínica, es una inversión que puede aportar beneficios considerables a los pacientes, pero también conlleva riesgos inconvenientes y costes. En ocasiones, los beneficios que aporta pueden ser escasos o incluso nulos. Decimos que una intervención es adecuada cuando existe un grado razonable de certeza de que el balance entre beneficios, riesgos, inconvenientes y costes es favorable, en una cuantía suficiente como para que se juzgue que merece la pena aplicarla, y sin que existan otras intervenciones alternativas cuyo balance sea aún mejor. La utilización de medicamentos conlleva efectos relevantes sobre dos ámbitos fundamentales: sobre la salud evidentemente, y sobre los recursos, dado que tanto el ámbito familiar como el ámbito público de un sistema nacional de salud hay unos límites a la inversión que dependen de la propia riqueza familiar o del país. La utilización inadecuada en los distintos escalones de esta inversión deriva en distintos tipos de problemas que tienen su impacto sanitario y económico. La habilidad y profesionalidad, es decir “el saber hacer”, de los profesionales sanitarios implicados redundará en mejores resultados de inversión en salud, sin perder la perspectiva de que la muerte es inevitable y en consecuencia lo que puede se puede esperar de la inversión en salud, en ocasiones, sólo será una mejora de la calidad de vida.

Es evidente que el enfoque contable al que aludíamos al principio es una visión reduccionista del mundo del medicamento. Sería oportuno impulsar un cambio de cultura que conceptualmente trate a los fármacos como “inversiones en salud”, y se favorezcan, en la medida de lo posible, todos los estudios farmacoeconómicos que sustenten esta hipótesis.

Pablo Martínez Segura

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